Si hemos tenido suerte, hemos podido disfrutar de la educación de uno de esos padres, tíos o abuelos que eran una fuente de sabiduría de la vida y de su funcionamiento pero jamás se acercaron a un libro. No leyeron a Cervantes, ni a Dickens, ni a Shakespeare, y tampoco conocían las obras de Dostojevski. Sin embargo, comprendían instintivamente las mismas pulsiones.
La arrogancia de la alta inteligencia
La arrogancia de la alta inteligencia
La arrogancia de la alta inteligencia
Si hemos tenido suerte, hemos podido disfrutar de la educación de uno de esos padres, tíos o abuelos que eran una fuente de sabiduría de la vida y de su funcionamiento pero jamás se acercaron a un libro. No leyeron a Cervantes, ni a Dickens, ni a Shakespeare, y tampoco conocían las obras de Dostojevski. Sin embargo, comprendían instintivamente las mismas pulsiones.